No hay un ser que influya
más que una madre.
Hace algunos años cuando ya entraba en la
tercera edad de las cuatro, porque ya estamos
como las estaciones del año y llegamos a viejos
sin parecer tan ciruelas pasas, mi madre me
dijo que ya era hora de usar cremas.
Agarró un potecito chiquito -muy chiquito en verdad-
y con una pericia envidiable me explicó cómo hacerlo.
Te untas un chin en la yema del dedo y con ese chin
con mucha delicadeza y siempre en la misma dirección,
te masajeas todos los alrededores del ojo, desde las patas
de gallina hasta las ojeras. Nunca me había mirado tan
bien la cara y esa vez entendí que la cosa iba en serio.
Con la duda metódica que me caracteriza, le pregunté
que si esa cremita me iba a rellenar las estrías y con una
seguridad de experta me dijo "mi hijo, todas funcionan".
Debí creerle entonces porque el rostro de mi mamá
es terso y a sus 83 años luce una piel sin arrugas. Es
la más bonita de las mujeres de esa edad que he visto.
Ninguna se le compara.
Pero sucede que los hombres no somos metódicos
en eso de acicalarnos cada noche con cremas de
diferentes marcas, porque según ella...
"todas funcionan".
Así empecé a comprar Nivea (no sé por qué ese nombre
de Ni-vea), la Ponds y sobre todo una que venía en un
envase súper grande. Ésta prometía borrar inexorablemente
las patas de gallina. Mi amiga me la aprobó en el
supermercado y al abrir la caja grande, tuve que meter
mis dedos hasta el fondo para "jalar" un potecito
"bien potecito". Nada, me dije, los perfumes buenos
vienen en envases pequeños, pero como dijo Cuquín,
lo único es que duran menos.
Con las semanas usando la cremita de manera minuciosa,
aunque con poca delicadeza en el masajeo , apenas untando
la puntica de la yema de mi dedo índice y masajeandome,
pude notar que no solo no habían disminuido, sino que las
troneras lucían más pronunciadas. De inmediato razoné.
Mi mama no puede estar equivocada, en verdad "todas
funcionan". Lo que sucede es que las estrías por la edad
avanzan más rápido que la acciones restauradoras. Y me
tranquilicé, aunque me siguió preocupando eso de ponerme
cada día más arrugado. Porque las arrugas son feas. Y si
voy a un extremo cruel, recuerdo la expresión de mi tío
Toñito (EPD), al entrar al salón de belleza (porque ahora
son las "cremitas", luego los salones, y "poraimaría se va!)
y ver a un amigo de infancia visiblemente arrugado:
"Fulano, la vejez es un asco".
Mi amiga, la gran artista del ballet Yuyú me recordó que
una vez le dije: "Eso es lo malo de dejar de verse por mucho
tiempo. Hay que juntarse a menudo para que despues no te
pregunten: y qué, no te recuerdas de mi?, soy Fulanita".
Eso me acaba de pasar. En la mujer es más grave
el envejecer.
Pero para el hombre hay algo más perturbador que
usar cremas que no dan resultado (aunque "todas funcionan"),
y es llegar a viejo sin dinero. En el juego de reafirmar la virilidad,
con el amor vienen mezclados sutilmente los intereses. Sin llegar
a la realidad de las chapiadoras. Y es bien sabido que después
de los 60s los hombres somos más interesantes de la cintura
para abajo, porque ahí tenemos la cartera.
Con mi operación reciente del hombro recuerdo que mi
mamá me dijo que lo mejor para restaurar la piel post
cirugía es el aceite de mosqueta. Y viéndome la cicatriz
reciente pensé en lo cruel que somos cuando tenemos un
órgano afectado.
Lo aislamos como si fuera un leproso. Y eso aplica para los
órganos con células malignas. Dejamos de considerarlo apto
y hasta lo marginamos. Lo queremos desterrar de nuestros
cuerpos en vez de darle amor, hablarle y desearle que se
restablezca pronto y aceptarlo en el cuerpo como lo que es:
parte de la familia.
Así, mientras llenaba el tanque de gas -cada día más caro-
y me untaba otra marca de crema (porque "todas funcionan"),
sentí que aunque no me funcione (perdón mami), estoy
dándome mucho cariño al masajearme y quererme como
soy en todo mi cuerpo.
(Inspirado en el relato de Freddy Ginebra
sobre su abuela y El encanto de envejecer,
Claudio Cohen...
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