domingo, 17 de septiembre de 2017

LOS HOMBRES Y LAS CREMITAS ...








No hay un ser que influya
 
más que una madre. 








Hace algunos años cuando ya entraba en la

 tercera edad de las cuatro, porque ya estamos 

como las estaciones del año y llegamos a viejos 

sin parecer tan ciruelas pasas, mi madre me 

dijo que ya era hora de usar cremas. 


Agarró un potecito chiquito -muy chiquito en verdad- 

y con una pericia envidiable me explicó cómo hacerlo.

 Te untas un chin en la yema del dedo y con ese chin 

con mucha delicadeza y siempre en la misma dirección, 

te masajeas todos los alrededores del ojo, desde las patas 

de gallina hasta las ojeras. Nunca me había mirado tan

bien la cara y esa vez entendí que la cosa iba en serio. 


Con la duda metódica que me caracteriza, le pregunté

 que si esa cremita me iba a rellenar las estrías y con una 

seguridad de experta me dijo "mi hijo, todas funcionan". 







Debí creerle entonces porque el rostro de mi mamá 

es terso y a sus 83 años luce una piel sin arrugas. Es

 la más bonita de las mujeres de esa edad que he visto. 

Ninguna se le compara.


Pero sucede que los hombres no somos metódicos

 en eso de acicalarnos cada noche con cremas de 

diferentes marcas, porque según ella... 

"todas funcionan".



Así empecé a comprar Nivea (no sé por qué ese nombre

 de Ni-vea), la Ponds y sobre todo una que venía en un 

envase súper grande. Ésta prometía borrar inexorablemente

 las patas de gallina. Mi amiga me la aprobó en el 

supermercado y al abrir la caja grande, tuve que meter

 mis dedos hasta el fondo para "jalar" un potecito

 "bien potecito".  Nada, me dije, los perfumes buenos 

vienen en envases pequeños, pero como dijo Cuquín, 

lo único es que duran menos.






Con las semanas usando la cremita de manera minuciosa, 

aunque con poca delicadeza en el masajeo , apenas untando

 la puntica de la yema de mi dedo índice y masajeandome,

 pude notar que no solo no habían disminuido, sino que las 

troneras lucían más pronunciadas. De inmediato razoné.

 Mi mama no puede estar equivocada, en verdad  "todas

 funcionan". Lo que sucede es que las estrías por la edad 

avanzan más rápido que la acciones restauradoras. Y me 

tranquilicé, aunque me siguió preocupando eso de ponerme

 cada día más arrugado. Porque las arrugas son feas. Y si 

voy a un extremo cruel, recuerdo la expresión de mi tío 

Toñito (EPD), al entrar al salón de belleza (porque ahora

 son las "cremitas", luego los salones, y "poraimaría se va!) 

y ver a un amigo de infancia visiblemente arrugado:


"Fulano, la vejez es un asco". 










Mi amiga, la gran artista del ballet Yuyú me recordó que 

una vez le dije: "Eso es lo malo de dejar de verse por mucho

 tiempo. Hay que juntarse a menudo para que despues no te

 pregunten: y qué, no te recuerdas de mi?, soy Fulanita". 

Eso me acaba de pasar. En la mujer es más grave

 el envejecer. 








Pero para el hombre hay algo más perturbador que 

usar cremas que no dan resultado (aunque "todas funcionan"), 

y es llegar a viejo sin dinero. En el juego de reafirmar la virilidad,

 con el amor vienen mezclados sutilmente los intereses. Sin llegar

 a la realidad de las chapiadoras. Y es bien sabido que después

 de los 60s los hombres somos más interesantes de la cintura

 para abajo, porque ahí tenemos la cartera.


 
Con mi operación reciente del hombro recuerdo que mi 

mamá me dijo que lo mejor para restaurar la piel post 

cirugía es el aceite de mosqueta. Y viéndome la cicatriz 

reciente pensé en lo cruel que somos cuando tenemos un 

órgano afectado. 



Lo aislamos como si fuera un leproso. Y eso aplica para los 

órganos con células malignas. Dejamos de considerarlo apto

 y hasta lo marginamos. Lo queremos desterrar de nuestros

 cuerpos en vez de darle amor, hablarle y desearle que se

 restablezca pronto y aceptarlo en el cuerpo como lo que es: 

parte de la familia.








Así, mientras llenaba el tanque de gas -cada día más caro- 

y me untaba otra marca de crema (porque "todas funcionan"),

 sentí que aunque no me funcione (perdón mami), estoy 

dándome mucho cariño al masajearme y quererme como 

soy en todo mi cuerpo.



(Inspirado en el relato de Freddy Ginebra 

sobre su abuela y El encanto de envejecer,


Claudio Cohen...


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